sábado, 21 de noviembre de 2009

Maldigo la envidia

Nunca debes de confiar en alguien... O al menos eso pensaba hace poco... Cuando llega esa persona que te cambia, te das cuenta de lo necio que eras antes... Esa persona que te hace sentir especial e único... Esa persona que te ama.

He cambiado. Y los demás lo notan, aunque yo misma haya sido la última en darse cuenta.

De repente se te abren los ojos respeto a tí mismo y a los demás. Esas personas que se hacían llamar "amigos" descubren su verdadera cara una vez que tú mismo eres feliz. Cuando eres un solitario, un desgraciado, un marginado de la sociedad, un incomprendido..., un infeliz..., los demás se sienten superiores a tí, porque se percatan inconscientemente de tu estado, les gusta estar a tu lado, porque sienten que ellos son más felices que tú, superiores que tú... Pero todo cambia cuando el feliz eres tú mismo, cuando llega esa persona que te hace abrir los ojos y te enseña lo que es sonreír de corazón. Entonces es cuando tus "amigos" se sienten inferiores, y, claro, no les gusta para nada, el desecho debes ser tú y no ellos. Hacen lo posible por volver a ser como antes, se meten en tu vida de pies a cabeza, deben destripar tu vida a fondo, como sea, lo que cueste, incluso la felicidad de tu propio amigo, con ese que lloraste y reíste tantas veces, y con el que pasabas horas en silencio disfrutando de la compañía el uno del otro..., y con el que pasabas horas hablando hasta quedarte dormido... Pero la envidia los corroe, arde en sus pechos. El sentimiento más inconsciente, y, sin embargo, el más presente en nuestras vidas. Sólo me quedas tú. He perdido a mis amigos.

Duele.